martes, 12 de noviembre de 2013

II parte: Suya, Cuerpo y Alma por BlogEntendemos

SUYA EN CUERPO Y ALMA

SUYA CUERPO Y ALMA


II Parte del relato concursante en #BukusCE Suya en cuerpo y alma.




        Comenzó a acariciarme la cara con sus dedos de pianista, hasta llegar a mis labios. Su dedo índice se entretuvo en mis labios, que los recibieron entre abiertos. “Tienes unos labios increíbles”, me susurró con su acento francés mientras me introducía el dedo en la boca.
        No sabía muy bien que quería que hiciera… Si lo tenía que lamer, si lo tenía que morder… Estaba nerviosa. Ella, sobre mí, aun vestida se movía morbosamente de arriba abajo, frotándose contra mi cuerpo desnudo, mientras me clavaba la mirada más sexy y desafiante que podía haber imaginado.
        “¿Estás nerviosa, ma petite américain?” Me volvió a susurrar… Algo dentro de mí se encendió, como si le hubieran dado al botón de “ON”. Comencé a chuparle el dedo con todo el erotismo que supe a la vez que le agarré fuerte el culo. Ella gimió, aunque creo que fue por la sorpresa. “¿Qué me vas a hacer, Emma?... “Me dijo tentándome, lamiendo cada una de las palabras como hacia un rato había hecho con mis pezones…
        ¡No sé qué le iba a hacer! No había pensado en nada… Simplemente me estaba dejando llevar por la situación. No tenía un plan de ataque y nunca había pensado en cómo sería hacerlo con una chica. Pero era tan sensual tenerla sobre mí, su dedo dentro de mi boca, enredando con mi lengua, sus piernas, su cuerpo, la costura de su vaquero moviéndose sobre mí hábilmente, rozándose con mi sexo… Era tan erótico. Clavó de nuevo su mirada en mí y alzó su boca casi hasta la mía. Mi boca la esperaba ya ansiosa de sentirla de nuevo, pero tuvo que esperar un poco más, porque se detuvo en mi barbilla. Comenzó a besarla y a chuparla, aunque también se le escapó un pequeño mordisco, “me encanta tu barbilla, me encanta este hoyuelo que tienes justo aquí…” y metió la lengua dentro del hoyuelo consiguiendo que gimiera.
        Bajó su mano, la que tenía en mi boca y con el dedo empapado por mi saliva comenzó a tocarme el pecho y humedecerme el pezón. Noté su dedo húmedo y frío y mi pezón también y así se lo hizo saber, endureciéndose enseguida.
        Volvía a estar húmeda, volvía a estar cachonda, volvía a tener ganas de sentirla y mi sexo también. Mi cuerpo comenzó a moverse rítmicamente, como el suyo, acompasándose el uno con el otro. Notaba a la perfección la costura de su pantalón en mi entrepierna. Ella lo sabía y por eso apretaba su muslo más fuerte, para que lo sintiera mejor.
        Comenzamos a besarnos con ímpetu, con pasión. Nuestras dos bocas, abiertas, dejaban salir a unas lenguas ávidas de deseo. Le apreté fuerte del culo y pude notar sobre mí, como sus pezones se ponían erectos, traspasando incluso su camiseta y clavándose en mi pecho.
        Una oleada de calor descendió desde mi boca hasta mi entrepierna al notar sus pezones duros y saber que algo de culpa tenía yo. “Te sobra toda esta tela…” Le dije agarrando su camiseta… “Noto que tienes calor… ¿O no mi pequeña francesita?”. Escupí las palabras como si no fuera yo quien las decía. Me puse nerviosa tras terminar la última sílaba y me mordí el labio. “¿Qué hago? ¿Por qué le he dicho eso?” Ella que siempre iba un paso por delante de mí notó mi preocupación y mi nerviosismo. Se acercó y me besó, pero no como los anteriores besos, sino con ternura. “¿Estás bien…?” Me preguntó en una especie de susurro. Solo pude asentir. “¿Quieres que lo dejemos…?” Me volvió a preguntar.
        “No, no quiero que lo dejes. No sé qué es lo que estás haciendo conmigo, pero me encanta. Me encanta lo que estoy sintiendo, me encanta lo que estoy descubriendo, me encanta lo que me haces… “Pensé para mí, pero no se lo dije. Le devolví el beso. “Al final te tendré que quitar yo la ropa…” Flexionó las piernas hasta la altura de mi cintura y se incorporó. Sus pezones estaban duros y traspasaban la camiseta sin ningún problema. Alcé mi mano hacia ellos y se los toqué por encima de la camiseta. “¿No llevas…?” Y comenzó a reírse. Normal que se lo notarán tan bien. Me incorporé agarrándole la espalda para que no se fuera hacia atrás y le ayudé a quitarse la camiseta. Sus pechos grandes y respingones recibieron a mi lengua con ganas. Nunca había chupado una teta, no sabía que tenía que hacer. Me la introduje en la boca y comencé a lamerla dentro de mí. Era una sensación extraña, pero me gustaba. Creo que a ella también disfrutaba, porque no paraba de moverse sobre mí, rozándome nuevamente en mi sexo.
        Levanté la cabeza hacia ella y la besé en los labios. “Ahora, a por los vaqueros…” Ella asintió.
        Ahora era yo la que estaba sobre ella, controlando los movimientos. Sus piernas abiertas, sus pechos al aire y su boca colorada de tanto beso y de tanto mordisco, me tenía desatada.
        Le desabroché el botón y le bajé la cremallera… “¿Ahora me guiarás?” Le pregunté mientras ella alzaba el culo para poder ir bajándole los pantalones. “Es fácil…Tú sabrás hacerlo sola…”
        Llevaba una braguita de encaje negra y gris que junto a su piel tostada le quedaban de miedo, daba lástima quitárselas. Estaba realmente sexy con esas bragas y sin nada que cubriese sus pechos, salvo mis manos, que parecía que no podía estar sin ellos.
        Tímidamente comencé a tocarle por encima de la ropa interior, como una adolescente que aún no se atreve a desnudar a su amante. Me tumbé sobre ella y nos besamos. Su boca me recibió ansiosa, esperándome. Nos besamos y le metí la lengua hasta el fondo, ella comenzó a lamerme mi lengua dentro de su boca… Era erótico, era sensual y mi humedad fue creciendo… Mis dedos acariciaban su sexo por encima del encaje. Notaba su humedad, sus caderas se movían buscando el contacto con mis dedos. Me incorporé y le despojé de lo último que cubría su cuerpo. Ella lo recibió de buen agrado. Me cogió mi mano y se la llevó hasta su sexo. “Gracias…” Pensé. “Te voy a guiar, para que me conozcas, pero en breve te dejaré que lo hagas tu sola. Solo tienes que seguir mis jadeos, mis gritos, mi respiración…”
        Jugueteó con mis dedos en sus manos y los llevo hasta su sexo. Primero por la cara interna de los muslos, suave, como si fueran cosquillas. Después al otro muslo, suave, cosquillas… Nosotras seguíamos besándonos, buscándonos en la boca de la otra. Ahora un poco por encima del sexo, sin llegar a tocar apenas…” Ahora iremos bajando y me acariciarás la rajita, suave, muy suave y muy lento. No hay prisa… No hay prisa, cariño”. Repetimos la operación, acariciando lento, suave, sintiendo cada caricia como si fuera yo misma la que lo recibía. Me estaba excitando cada vez más, era sensual, muy sensual…
        “Ahora… Ya estoy preparada…” Guió mis dedos hasta su clítoris. Estaba empapada. Mis dedos se deslizaban por su entrepierna con una magia y una gracia difícil de describir. Le gustaba que le acariciara a lo largo de su sexo, eso me decía su respiración y sus gemidos. Así que mis dedos inseguros e inexpertos seguían el ritmo que marcaba su respiración, acariciando de arriba abajo. Su respiración comenzó a acelerarse y sus besos también se aceleraron, mordiéndome el labio, la lengua y lo que pillara cerca de su boca. Los movimientos pélvicos perdieron el ritmo y sus uñas se clavaron en mi espalda cuando alcanzó el clímax.
        Soltó varios gemidos y alguna que otra palabra en francés que no llegué a comprender. Nos quedamos las dos boca arriba, desnudas y en el suelo.
   _ ¿A qué hora decías que era la inauguración?._ Pregunté mientras le guiñaba el ojo.



Si quieres leer más sobre está obra: Suya, cuerpo y alma - Volumen 1
Este relato ha sido escrito por BlogEntendemos Si deseas saber más de BlogEntendemos, visítalo en: Entendemos.wordpress

Este relato está fuera del concurso #BukusCE

viernes, 1 de noviembre de 2013

I parte: Suya, Cuerpo y Alma por BlogEntendemos

SUYA EN CUERPO Y ALMA, CONCURSO DE RELATOS BUKUSONLINE #BUKUSCE

SUYA CUERPO Y ALMA




Relato continuación de la novela Suya en cuerpo y alma Escena en la que Elizabeth sale de un taxi y se encuentra con Emma que entra en el portal. Le pide ayuda con unos cuadros que tiene que dejar en casa de Charles, así que Emma le ayuda y entran en su casa para dejarlos. Elizabeth propone tomar un café y lo prepara. Este es el momento en el que comienza mi historia, tras preparar café.


        Nos sentamos en el sofá, en el mismo en el que días atrás me había tomado el famoso Château d'Yquem. Elizabeth me sirvió el café y se sentó a mi lado, casi rozándonos.
   -Elizabeth, entonces… – Llámame Beth- ¿También te dedicas al mundo del arte?
   -Sí, ese es mi mundo. Así conocí a Charles y ya sabes, nos hicimos amigos, congeniamos bien.
        Había juzgado mal a Beth. El día que la vi en el ascensor pensé mil cosas distintas de ella, ahora se, que no acerté con ninguna. Era de las personas más naturales que había conocido, comenzamos a hablar cómo si nos conociéramos de toda la vida, sin medir las palabras. Me contó que su marido había muerto hacía 4 años en un accidente de tráfico y que lo había pasado muy mal, le había costado mucho superar la pérdida le grand amour de sa vie. Yo le conté que mi madre había muerto en mi parto y que siempre soñé con poder verle la cara, no en fotos, sino yo misma, clavar mis ojos en los suyos y sentir su calor, aunque fuera una vez. Me puso la mano en la rodilla, bordeándola con sus suaves dedos que simulaban los de una pianista.
   -Tiene que ser duro – Asentí – Pero tú eres fuerte y aprenderás a vivir con ello, ya lo verás Emma.
   –Me apretó la rodilla y se puso de pie- ¿Más café?
        No me dio tiempo ni a responderle, giró sobre sus tacones y se dirigió a la cocina. Sirvió más café y volvió sonriendo. “El mundo se ve diferente con una taza de café entre las manos ¿Verdad?” Y rio. Tenía una risa sonora y como diría mi amiga Maron, risa de velcro, porque engancha.
   -¿Y no te has vuelto a enamorar, Beth? – Me oí que preguntaba, lamentándolo enseguida- Eh… Lo siento, no es de mi incumbencia, lo siento.
   -No, tranquila, es una pregunta como otra cualquiera, no importa. Mira, la verdad es que no, nunca más. Yo ya conocí al gran amor de mi vida, no creo que encuentre otro. Ahora no busco amor, busco compañía, busco amistad, busco pasar buenos ratos, salir a bailar o a brindar con tazas de café, lo que surja y lo que me apetezca en ese momento, sin remordimientos… Alcé mi taza de café “¿Por qué brindamos?” y ella, chocando su taza de porcelana con la mía, añadió “A veces con brindar, sobra, no hacen falta motivos…”
   -Y qué hay de ti ¿hay alguien importante en tu vida? – Noté como me subían los colores. Me aclaré la garganta-
   -No, rotundamente no. – Su expresión de sorpresa me descolocó - ¿Te sorprende? –Le pregunté-
   -Pues la verdad es que sí, ¿qué pasa que allí en Michigan los chicos no tienen ojos en la cara? – “¿Cómo?...” Pregunté- Sí, no deben de tener ojos, porque no me explico que una chica como tú, no esté con nadie. No lo entiendo. –Volví a ruborizarme-
        La verdad que mi vida amorosa era… Inexistente, sí, esa es la palabra. Nunca me había gustado nadie, nunca había sentido una ligera atracción por nadie, nunca había tenido novio y solo me habían besado una vez. Mi amigo David y yo hicimos un pacto, deberíamos de hacer el amor antes de acabar el instituto. Y así lo hicimos, aunque fue un desastre. Lo intentamos dos veces y salió mal. Esa es toda mi experiencia con el amor, con chicos y con el sexo… Ninguna.
   -¡Si soy un desastre Beth! –Exclamé, señalándole mis converse y mi sudadera- ¡Mírame!
   -Si ya lo hago, ya lo hago… Te sienta bien. Ya tendrás tiempo de ponerte un traje de falda y de chaqueta, no quieras correr tanto, que la vida no tiene prisa…
        Me emborraché de sus ojos marrones, marrones color whisky. Me emborraché o al menos eso sentía. El calor se apoderó de mí. Ella seguía a mi lado, demasiado cerca para sentir también su calor, aunque demasiado lejos para sentir la textura de su piel. ¿Qué me estaba pasando?, ¿Qué estaba sintiendo?, ¿Qué era todo esto…?
        Ella debió de notar que me había perdido en su parpadeo, en su mirada y en su fugaz, aunque contundente, roce con las rodillas. Me puso la mano en el hombro “Mañana hay una inauguración en mi galería, podrías pasarte ¿Te apetece?...” Claro que me apetecía, pero no podía presentarme con unas converse y un vaquero. Ella leyó mi preocupación en mis ojos… “Tranquila, eso tiene arreglo. Pásate por mi casa y buscamos un vestido ¿Te parece?”.
        Regresé a mi habitación desconcertada. No entendía que es lo que allí había pasado. Es cierto, es guapísima, eso era obvio, pero nunca una chica había causado nada parecido en mí, aunque bueno, ahora que lo pienso, tampoco ningún chico. Era la primera vez que sentía algo parecido a “ganas”. Sí, parecían ganas. Ganas de estar con ella, de que no se acabaran las palabras, de que volviera a tocarme la rodilla o el hombro, a sentirla más cerca…. ¿Pero qué narices estoy diciendo…? ¡Si es una chica, Emma! ¡Una chica! Así pasé la noche, pensando en ella, en vez de contar ovejas, contaba las veces que había sonreído o que me había mirado…
        Oí un ruido que provenía de la puerta. Me incorporé de la cama y cuando mis pupilas se ajustaron a la oscuridad que reinaba en la habitación pude ver cómo la puerta comenzaba a abrirse y una sombra entraba en mi habitación. Mi respiración comenzó a acelerarse, la sombra se aproximó a mi cama y pude ver la bonita cara de Beth que me susurró: “Emma… Emma…” Sonó el despertador y me desperté sobresaltada… ¡Dios mío, vaya sueño! Tenía que hablar con Maron ya mismo.
        Le había escrito un mensaje diciendo que la esperaba en la cafetería de la universidad. Necesitaba un café con ella. Cuando abrí la puerta ya estaba esperándome. Me sonrío, como siempre. Le resumí todo lo acontecido anoche. “¿Y…?” Me preguntó… “Pues que es una chica Maron, una chica, como tú y como yo…”
        Tuvimos una conversación de lo más filosófica y de lo más profunda. Hablamos sobre los valores, sobre la sociedad, sobre el poder de lo que uno quiere, que es el más fuerte de todos. No entendía que era lo que sentía, pero sentía algo. Me tranquilizó, me aseguró que no pasaba nada si sentía o dejaba de sentir, que ella me seguiría queriendo, pero que tenía que encontrarme para aceptarme. Pasé todo el día deseando que llegara la hora de ir a su casa. Estaba segura de que la respuesta a lo que sentía y quería, estaba en sus ojos aunque me daba miedo que la respuesta fuese un sí rotundo, pero es tan duro luchar contracorriente, contra lo que una quiere… Cogí el autobús y me dirigí a la dirección que me había facilitado, vivía en la Rue de Constantine, frente a los jardines. Buena zona, sin duda. El recorrido se me hizo demasiado corto, a pesar de la distancia. Abandoné el autobús y sentí que también dejaba parte de la antigua Emma en él.
        Me abrió la puerta ataviada con un vaquero y una camiseta negra. Estaba guapa. Nos saludamos con dos besos y me hizo pasar, “cómo en tu casa”. Me dirigió por un pasillo adornado con muchísimas fotografías hasta un salón grande, acogedor. Tomé asiento en un sofá de cuero, frente a la chimenea de piedra. En seguida me ofreció una copa de… ¿Vino? Pregunté, “Sí –Respondió ella- Aunque no es un Château d'Yquem
   –Ambas reímos y a continuación brindamos – Hoy sí, por nosotras, Emma, por ti y por mí. La copa se disipó a la vez que mis nervios, enseguida. Beth rellenó la copa y comenzó a tentarme con su mirada, mientras se mordía el labio caprichosamente. El vino calmó mis nervios, sí, pero me aceleró el pulso, la respiración e incluso mi termómetro interno, ¿o fue ella…? No sé.
        Nos bebimos la segunda copa entre risas y coqueteo, mucho coqueteo. Yo que no sabía coquetear, ahí estaba, tonteando abiertamente, sin vergüenza. Se levantó y me tendió la mano, “Ven, acompáñame, hay que elegir el vestido”.
Tenía un vestidor más grande que mi habitación de servicio. Había una zona de vestidos, otra de zapatos, de bolsos… Era increíble lo que había allí dentro.
Me decanté por un vestido largo color “azul noche” que conjuntaba con mis ojos, según ella. Me ayudó a ponérmelo y me subió la cremallera que se encontraba en la espalda. Me giró y me agarró por la cintura, “estás genial, Emma”. Me soltó el pelo que llevaba recogido en una coleta, me acarició la cara con sus dedos de pianista y añadió “Te haré un moño, te ondularé algunos mechones y te los soltaré. Con la cara tan bonita que tienes, es mejor que la lleves despejada, que se vea.” Me sonrojé. Se dio media vuelta y puso música. Comenzó a sonar una melodía que incitaba a bailar, Beth se aproximó y me tendió la mano “¿Bailamos?”. Con Marvin Gaye incitándome, le así la mano y se la apreté. Me aproximó a su cuerpo y me apretó contra ella. Distinguía las costuras de su vaquero contra mis muslos, estábamos juntas, muy juntas. Me agarró por la cintura con ambas manos y deslizó las mías por su cuello. Aproximó su boca a mi oreja y me susurró “me encantas y lo sabes ¿verdad?” Noté como mis piernas me temblaron cuando tras el susurro a traición, bajó su mano y me apretó fuerte el culo. Levanté enseguida la cabeza para mirarla, “no va a pasar nada que tu no quieras, Emma. Cuando no quieras seguir, me lo dices” y me metió la lengua hasta el fondo de la boca. Comenzamos a besarnos, nuestras lenguas se buscaban y se perseguían y mis manos querían conocerla y perderse por sus curvas. En un hábil movimiento, me hizo girar, dándole la espalda. Me bajó la cremallera del vestido y lo deslizó por mis hombros, cayendo este a mis pies. Fue entonces cuando comencé a sentir lo excitada que estaba. Ella seguía detrás de mí, besándome el cuello mientras susurraba las cosas que me iba a hacer. Yo era consciente ya de mi propia humedad, aunque creo que ella también. Pasó su mano por mi cintura y comenzó a trepar hasta llegar a mi pecho. Introdujo sus hábiles dedos por debajo del aro y abordaron mis pezones, que no tardaron en ponerse duros como piedras. Sus labios recorriendo mi espalda desnuda, su mano en mi pecho y yo ardiendo, ese era el panorama.
        Me guio hasta la pared y me dio la vuelta. Volvió a besarme, con ganas, con deseo. Me recorrió todo el cuerpo con su lengua. Primero bajó por mis pechos y jugó con mi pezón en su boca, con su lengua, mordiéndolo, lamiéndolo, poniéndolo duro para después, tiernamente, besarlo. Su lengua siguió el rastro de mi calor. Se deslizó por mi barriga, sin parar un segundo de lamerme y llegó hasta la costura de mis bragas, que estaban empapadas. Comenzó a besarme por encima de ellas, ahora ella también era consciente de mi humedad. Se me escapó un gemido que hizo que ella mirase hacia arriba, clavase sus ojos en mí y subiera a besarme a la vez que sus largos y finos dedos se colaban dentro de mis bragas, “Estás empapada, cariño… Y me eso me vuelve loca…” dijo susurrando. Volví a gemir, sus susurros, su acento francés, sus manos en mi sexo… Volvió a bajar y me quitó las bragas, sin preámbulos. Me abrió un poco las piernas y allí, de pie, contra la pared, su lengua se hizo dueña de mi sexo. Comenzó a lamerme y a aumentar mis gemidos y mi calor. Sabía lo que hacía. Sus manos alzadas hacia arriba, me acariciaban los pechos y su lengua hacía círculos alrededor de mi clítoris. No había conocido ninguna sensación cómo esa. El calor se hizo dueño de mí y de mi sexo. Me temblaban las piernas y la voz. Me corrí en su boca. Alcancé el clímax sin aviso y con una gran sacudida de espasmos y de gemidos. Exhausta, me agaché a su lado, la besé en la boca y nos dejamos caer al suelo. Aún entre jadeos le pregunté “¿Y ahora qué…?” Ella se tumbó encima de mí y me respondió mientras me robaba un beso “Ahora me toca a mí, ¿no te parece?”


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